domingo, 7 de octubre de 2007

Acabando de poner al día el blog

Resumo el fin de semana pasado, en el que, con un coche recién reparado y dos sacos de dormir que el COA muy amablemente nos alquiló, nos dirigimos a la aventura con D., F. y sus tres niños.
La aventura se encontraba en la frontera canadiense, seis horas de viaje hacia el norte en un trayecto simple: Minneapolis-Duluth por la 35N, Duluth-Grand Marais por la 61 N y Grand Marais-Gunflint Lake por el Gunflint Trail.

Como nuestro coche-vaquita, aunque ya no escupía anticongelante, seguía sin tener rueda de repuesto, el jueves por la tarde decidimos que era hora de hacerse con una y... ¿creeréis que no encontramos ese objeto en ningún sitio?: en los talleres no tienen y te envían a un "tire center", otros te mandan al Sears, otros a una tienda de auto parts. Nada, no hay ruedas ni nada que se le parezca. Lo más próximo a esto que conseguimos fue el teléfono de un junk-yard al que ya no nos dio tiempo a ir. Como el viernes por la mañana teníamos group-lunch, un anuncio muy importante que enviar a la lista de comunidad, y una visita inexcusable al Costco para hacer acopio de muffins de chocolate y otros alimentos, antes de aparecer en casa de D. a las tres y media, nos enfrentamos a la aventura con una lata de spray anti-pinchazos del Wal-Mart y sin rueda de repuesto (habíamos comprado también un inflador, pero el viernes por la mañana sólo aguantó las dos ruedas de mi bicicleta antes de romperse con la rueda trasera de la de Tarfearauko).

Salimos de Minneapolis sobre las cinco después de cargar los dos coches (en nuestro caso más bien nos limitamos a arrojar objetos en su interior) y cuando llegamos a Duluth ya era de noche. El viaje hacia el norte prosiguió en la oscuridad con nubes negras y luna llena, al menos hasta Gran Marais, donde hubo que añadir a la ecuación millas y millas de bosques quemados. Eso sí, el camino hacia Mordor era mucho mejor de lo que esperábamos, con una carretera con mucho mejor aspecto que la 35 a su paso por Minneapolis. No sé si será el uso, el origen de la financiación (fondos estatales vs. fondos federales) o que el frío en las Boundary Waters es menos destructivo que en las Twin Cities, pero el camino de cabras que estábamos esperando para nuestra entrada triunfal en la verdadera wilderness, en lo inexplorado, en la tierra de donde vienen los dragones, parecía diseñado para unas cabras sorprendentemente grandes y con neumáticos.

Aviso para navegantes: nunca os comáis una hamburguesa en una gasolinera (especialmente las de esa variedad que hay que meter en un microondas antes de salir del local), abrid el maletero y haced un bocadillo, inaugurad los muffins de chocolate, esperad a llegar a vuestro destino... cualquier cosa es mejor que eso.


Cuando llegamos a nuestro destino (un bonito Lodge al lado del lago, con cabañitas), nos apresuramos a meter a los niños en la cama (bueno, a meterlos en sacos en las literas) y a hacer una hoguera. A medianoche en las Boundary Waters el 28 de Septiembre hace frío, mucho frío. En unos minutos, los integrantes de la expedición mayores de 25 años nos encontrábamos alrededor de una hoguera calentándonos los pies, intentando esquivar el humo (tarea de nivel 18 por lo menos) y carbonizando trozos de carne en unos tenedores telescópicos con rotor incorporado. A la cama y a dormir para poder madrugar al día siguiente.

Al día siguiente nos encontramos con un paisaje espectacular, dos perros sobreexcitados y babosos con un interés poco saludable por un trozo de madera y con que llovía. Pero un poco de agua no arredra a los aventureros que tienen el corazón en su sitio (o al menos un chubasquero), y después de haber desayunado, practicado con el tirachinas más profesional que nunca había visto (http://www.slingshotworld.com/marksman_3040sling.htm) esperar a que todo el mundo estuviese listo y abrigadito, nos lanzamos al camino.



Por la tarde, como seguía lloviendo un poco y estábamos cansados, dormimos una siestecita en la cabaña (ya sé que suena un poco bobo hacer 1000 kilómetros en un fin de semana para dormir siestas, pero es que, aunque el plan original no era dormir, nos quedamos todos fritos nada más dejarnos caer en las literas) y al despertar nos fuimos a dar una vuelta en canoa por el lago. Cuando ya estaba empezando a anochecer, nos dimos cuenta de que nuestro safari fotográfico (al cabo de un rato, sacarles fotos a tus compañeros pescando en la otra canoa, sacarnos fotos a los remeros de la nuestra y fotografiar los arbolitos en la orilla que se están quietos, deja de ser divertido) nos había llevado a una carrera en pos de lo que parecía un loon que culminó en musmu y Tarfearauko en el medio del lago con viento hacia Canadá y sin foto del bicho (vuelan demasiado rápido).

Una nueva hoguera alegraría la noche, con combinaciones de carne, salchichas, pan, setas, zanahorias, mozarella, queso manchego y marshmallows en distintas proporciones pinchadas en un tenedor y pasadas por la hoguera. Alguien se había olvidado en casa la bolsa con las verduras y la cubertería pero, teniendo un tenedor y una navaja ¿quién necesita nada más?
Incluso tuvimos una exhibición de esgrima deportiva-fantástica en la que dos contendientes con espadas reglamentarias recurrían a pociones mágicas para la regeneración de miembros amputados. Musmu, como en el fondo tiene buen corazón decidió valientemente no utilizar ningún artificio mágico en su combate singular con el más joven integrante de la expedición, y acabó como el pobre Caballero Negro, combatiendo a mordiscos.
Después de tanta actividad, musmu no se despertó hasta las cinco de la mañana, con una thunderstorm superior a todas las experimentadas hasta el momento en Minneapolis, aunque sus compañeros de cabaña la informaron de que el citado evento meteorológico, que duraría hasta bien entrada la mañana, les había acompañado desde que se fueron a la cama.
Como parecía ser la única que había dormido por la noche, y a las diez de la mañana no había nadie interesado en las exploraciones geográficas (ni en cualquier otro tipo de actividad consciente), musmu se fue tempranito a fotografiar setas por senderos ignotos mientras sus compañeros dormían.



Todas las actividades de la jornada del domingo se pueden englobar dentro del apartado "volver a casa". En cualquier caso, seguimos sin conocer bien las tierras de Mordor porque en lugar de la oscuridad de la noche, fueron las nieblas de Sauron (y la lluvia, fue un fin de semana completamente pasado por agua) las que nos impidieron ver nada más que la carretera. Pero como teníamos un mapa, conseguimos ver unas bonitas cascadas, un observatorio de alces (sin alces), parar a comer al lado del Lago Superior y visitar las Gooseberry Falls.

Es en este hito geográfico y bonito Parque Natural estatal, donde musmu se olvidó de hacer la pregunta que hace siempre a T. cuando se baja del coche y antes de cerrar la puerta: ¿tienes las llaves? Es una pregunta que parece un poco fuera de lugar, pero eso sólo es porque me he olvidado de comentaros otra de las carencias de nuestro vehículo: sólo tiene una llave. Y ¿a qué no podéis adivinar dónde quedó esa llave cuando nosotros salimos del vehículo (y cerramos la puerta, claro)? Aunque los tenedores telescópicos nos habían servido con honor durante las dos cenas anteriores, no estuvieron a la altura de su nueva función de ganchos para reventar coches y, como consecuencia, el grupo se dividió. Mientras las mujeres y los niños completaban la misión de exploración geográfica, los hombres se quedaron velando el vehículo a la espera de que viniese alguien a rescatar nuestra llave.

No puedo hablar de lo que hicieron los hombres durante la espera, pero sí de que en dos horas musmu se convenció de que tener hijos a lo mejor no es una buena idea: corren más que tú, te ganan trepando por acantilados, no tienen ningún instinto de conservación, no te hacen caso cuando les dices que se van a caer y luego lloran cuando se caen y estamos perdidos a 1 milla del centro de visitantes tras haberlos perseguido por todo el bosque.
De todos modos, la experiencia fue divertida, las Gooseberry Falls son muy bonitas y ya no tengo ningún interés en ir a ValleyFair, nadie se despeñó, y cuando volvimos teníamos el coche abierto.
Después de esto, sólo nos quedó carretera y más carretera hasta llegar a casa, tirar la ropa mojada en el cesto de la ropa sucia e irse a dormir. Que es lo que voy a hacer ahora mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que público, les amenizas la jornada y ni un solo comentario.

Anónimo dijo...

eres estupendisimaaaaaa...